ASI FUE COMO PUTIN ENGAÑO A EEUU

En 1989 se derrumbaba el Muro de Berlín, y la guerra fria se terminaba para el Imperio Sovietico debido a una serie de errores y coyunturas internas que muchos expertos e historiadores hoy en dia aun debaten,

En 1993 el primer presidente de la Federación rusa, Boris Nikoláievich Yeltsin, mandó bombardear la Casa Blanca moscovita. En ella, sede del primer Parlamento ruso, heredero del Soviet supremo, se atrincheraban los nostálgicos sovietivos y los preocupados por la deriva de reparto corrupto de los restos de la URSS. La derrota de los opositores marcó el principio de una transición que, a nivel historiográfico, sustituyó a una casta de burócratas sovieticos por una pléyade de oligarcas capitalistas.

Así nació la Rusia postcomunista, desposeída de su viejo control sobre las regiones del conquistado Imperio zarista, alejada de su espacio de influencia (el Pacto de Varsovia), y supuestamente homologado al «triunfante» mundo occidental. Una debilidad aprovechada en la pequeña región caucásica de Chechenia para declarar su independencia, solo contenida en 1996, tras una brutal guerra gracias a la labor del general Aleksandr Lébed,

Contexto derivado directamente de la desintegración de la URSS. Desprestigiada, por el estancamiento económico total durante el gobierno de Leonid Brézhnev, y ante una nueva elite regional propensa a cambios de futuro, el régimen se encontraba en un callejón sin salida. Una disolución acelerada tras el desastre del proceso de “uskoréniye” (aceleración), “glásnost” (transparencia) y
“perestroika” (reconstrucción) impulsado desde 1985 por el último presidente de la Unión soviética, Mijaíl Serguéyevich Gorbachov a quien hoy en dia se le acusa de pactar con Estados Unidos.

La nueva Rusia quedó en manos de un grupo dirigente a merced del nuevo amigo norteamericano. De la mano de los economistas Yegor Gaidar y Anatoli Chubáis se impusieron una serie de reformas económicas radicales, en busca de una rápida integración capitalista en Occidente, que llevaron a una crisis de precios, salarios y producción sin precedentes, con una caída durante una década de casi el 50% del PIB nacional. Para evitar el colapso, se inició la famosa ola de privatizaciones que repartió los bienes y servicios nacionales a una lista popular de empresarios oligarcas: Boris Berezovski, Román Abramovich, Mijaíl Jodorkovski, Vladímir Potanin, Vagit Alekpérov, Aleksandr Smolenski, Víctor Vekselberg o Mijaíl Fridman

Para el historiador Falin:

“En cuanto a Yeltsin, Gaidar y Kozirev, aquí la situación es más clara. Ellos estaban cumpliendo los planes ideados allende el océano: los de conducir al país a un punto del que no habría retorno, de socavar las raíces de la identidad rusa y la conciencia nacional. A Washington ya no le satisfacía capitulación simplemente, él insistía en una capitulación incondicional, en el minado de todos los cánones y valores morales, que permiten que el pueblo sea pueblo. Y casi ha conseguido ese propósito, lamentablemente»

El 31 de diciembre de 1999, con un país empobrecido y desquebrajado, y con tasas de popularidad que no llegaban al 2%, Yeltsin proclamó su renuncia. Fue sustituido por su delfín, el primer ministro Vladimir Putin, antiguo miembro del KGB y líder del llamado “clan de San Petersburgo». Comenzaba una nueva era. Todo comenzó en julio de 1998, cuando un desconocido de San Petersburgo era designado director del Servicio Federal de Seguridad (FSB, sucesor del KGB). Meses después, este desconocido exespía fue nombrado secretario del Consejo de Seguridad Nacional del presidente Yeltsín, y a principios del año 2000 asumió la jefatura del Gobierno, declarando en agosto la segunda guerra en Chechenia tras los atentados terroristas en los edificios de vivienda en Buinaksk, Moscú y Volgodonsk y la invasión de las huestes del líder checheno Shamil Basáyev en la vecina Daguestán.

Tras el éxito de la campaña norcaucásica venció, con el beneplácito de la comunidad occidental, en las elecciones presidenciales para el 26 de marzo de 2000, con el 52,99% de los votos emitidos, frente al comunista Ziugánov (29,24%), y al liberal Grigori Yavlinski (5,8%). El 7 de mayo de 2000 Putin juró su cargo, ante la mirada de un Yeltsin protegido de la justicia por decreto presidencial.

Su primera medida fue confirmar en su cargo al todopoderoso ministro de Finanzas Mijaíl Kasiánov. Parecía la continuidad de la transición liberal, pero días después apareció una nueva hoja de ruta. En primer lugar se proclamó la centralización del poder. Así decretó someter a los 89 sujetos federales de Rusia a la jurisdicción de 7 distritos federales dirigidos por gobernadores designados
directamente por el presidente, y sancionar la potestad ejecutiva de cesar automáticamente a los dirigentes de los sujetos federales (gobernadores, presidentes de repúblicas y los alcaldes de Moscú y San Petersburgo).

En segundo lugar, estableció el principio de la ley en toda Rusia. Para ello unificó la legislación nacional, sometiendo las reglas regionales a las normas federales superiores, codificando, entre otras, la Ley de tierras, y aplicando de manera global la Ley de impuestos. Y sometiendo a los grandes oligarcas (con sus monopolios energéticos, mediáticos y políticos) a la auctoritas del Estado. Así fueron cayendo Borís Berezovski (antiguo mecenas de Putin y dueño de Aeroflot y del principal canal de TV, ORT), exiliado en Londres; Vladímir Gusinski, magnate de la comunicación, huido a España tras su acusación por estafa; o Mijaíl Jodorkovski, dueño de la petrolera Yukos y el hombre más rico de Rusia antes de su ingreso en prisión.

Vladimir Putin llegó para recuperar el destino de una nación que perdía, después de siglos, parte de su Imperio territorial y de su influencia internacional. Putin heredaba un país empobrecido y humillado, sometido a una USA hegemónica y a una UE en expansión, y con un descenso demográfico y productivo imparable. Pero el éxito en la globalización de China capitalista-comunista, o los países petroleros árabes, capaces de combinar desarrollo económico e identidad político-religiosa, marcaba un camino considerado “autoritario” por sus oponentes.

El llamado “putinismo”, aparentemente ajeno a valores ideológicos claros más allá de la personificación del poder, comenzó a asumir la salvaguarda de los valores tradicionales y conservadores de la civilización como idea imperial rusa; en el plano internacional como marca de identidad, y en el nacional como imaginario colectivo y unificación ideológica para su propia legitimación político-social. Una
alternativa valorada positivamente por el famoso cineasta serbio-bosnio Emir Kusturica, profundamente filorruso. Así señalaba que “en mi opinión, es un gran error perder la propia cultura, las propias tradiciones, la propia mentalidad. Quizá para los pueblos europeos eso no sea tan importante, pero para un país autosuficiente y tan grande como Rusia es fundamental”, ya que: En su discurso a la Nación de finales de 2013 Vladimir Putin proclamó, clara y orgullosamente, ante las fuerzas vivas del país, incluidas las dos Cámaras del Parlamento estatal, su aspiración a convertir a Rusia en nueva potencia mundial desde una reivindicación de los fundamentos conservadores de la civilización, frente a la falsa tolerancia liberal del Occidente.

“Aspiramos a ser líderes”, reivindicaba Putin, capaz de ofrecer mediación y paz ante la “regresión, la barbarie y la sangre” que en los últimos años se habían extendido, a nivel mundial, tras los intentos norteamericanos de “imponer a otros Estados modelos supuestamente más progresistas” (Irak, Afganistán). Para ello, su política exterior había conseguido evitar “la injerencia militar y la difusión del conflicto” en Siria o en Irán mediante métodos políticos, y buscando nuevas esferas de influencia ante la debilidad que advertían del ejecutivo Obama. A ello se unía la decisión del país de comenzar el rearme militar, unido medidas de disuasión ante las presiones de la OTAN (misiles en Kalinigrado frente al “Escudo antimisiles”); con ello señalaba que “nadie debe abrigar ilusiones sobre la posibilidad de lograr una superioridad militar sobre Rusia. Esto no lo permitiremos jamás”. Y su política interna combinaba el control casi absoluto de los organismos políticos, políticas sociales redistributivas, la defensa a ultranza de la Familia tradicional y el crecimiento demográfico, el desarrollo de la región de Siberia, y la mejora de eficiencia en el uso de sus enormes recursos energéticos.

Este pretendido liderazgo se legitimaba en una doctrina muy clara: la reivindicación del conservadurismo social y moral como fundamento de libertad y supervivencia de la propia civilización en un mundo globalizado. Putin proclamó, en conexión con la IOR, la afirmación de los valores tradicionales “para un país como Rusia”, con “experiencia de muchos siglos”, mientras “en muchos países se
reexaminan las normas de la moral, se difuminan las tradiciones nacionales y las diferencias entre naciones y culturas”. Un punto de vista conservador con el objetivo de “impedir una vuelta atrás hacia el caos de las tinieblas”, citando al filósofo Berdiáyev, expulsado de Rusia tras la revolución de 1917.

Por ello apuntaba que la política de destrucción de los valores tiene “consecuencias negativas para la sociedad” y es “radicalmente
antidemocrática, ya que se pone en práctica a partir de ideas abstractas” y “en contra de la voluntad de la mayoría popular, que no acepta los cambios que están sucediendo y la revisión propuesta”, dijo Putin. El líder ruso consideraba que en el mundo “hay cada vez más gente que apoya nuestra posición de defensa de los valores tradicionales, que durante milenios fueron la base espiritual y moral de la civilización de cada pueblo, valores de la familia tradicional, de la vida humana verdadera”. Éstas eran las claves, reales o ideológicas, de la misión histórica del proclamado nuevo Imperio ruso.

Una respuesta a “ASI FUE COMO PUTIN ENGAÑO A EEUU”

  1. Excelente resumen… Se entiende el porqué de tanta «acusación occidental, progre, políticamente correcta contra el tirano Putin»… 😉 …parece que «les salió mal»…

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